Testigos del contagio

Hay un cuarto oscuro lleno de sidosos y entro yo, el sano, a ofrecer mis amores frustrados a los natimuertos. Estoy decidido a dejar que impregnen mi verga con su saliva virulenta. Ingreso, me recuesto contra el lavamanos, y modelo veitinueve pulgadas de cintura para hacer ruido en las tinieblas. Segundos más tarde, he sido escogido por el macho bello de la camisa de rallas blancas. Me mira fijamente y dice con los ojos que será un placer desabrocharme. Así lo hace. Cierro los párpados, siento su mano decidida sobre mi pellejo lubricado. Se agacha. Abre la boca. Me transfunde.

 

Los demás han hecho un alto. Se acomodan a nuestro alrededor para ser testigos del contagio.

 

Este fragmento pertenece a una carta inédita de la colección Cursi, kitsch y queer: correspondencia cibernética, que será publicada en San Juan pronto por Ediciones Vértigo.

 

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