Una cama bien tendida y los trapitos al sol frente a frente un alarido de sorpresas reprimidas por aquello de las enfermedades contagiosas que no retiene el látex ni soporta fuerza de cara; esa virtud puertorra sata de estirar la confianza hasta que dé asco por las mañanas laborales con prohibición de cervecitas frías.
Hoy, alabé la escritura desencajada de una tipa santurcina que decía más o menos esto mismo en página de semanario socialista, crónica de infidelidades y retahíla de arrepentimientos que no lo son si no fuera porque me espera en casa un macho desprendido de complejos penitentes pero muy cuidadoso de poner en orden las toallas -que conste- siempre exprimidas a máquina junto a un lío de papelitos de lavanda. (Ellas siempre salen muy calientes y felices; pero hay que doblarlas para que no provoquen alergias vespertinas o se arruguen). El cómplice marido.
Eso es así, un contrato de por vida hasta que canse; un pacto de miradas puestecitas más allá de axilas bien cuidadas, labios pequeñitos que piden más babilla lean y cositas decoupage en las mesitas de la sala.
Cómo va a ser, preguntaste, y yo te dije pues…, parados, por supuesto. Uno frente al otro verticales en el piso con losetas a la vista y un caracol pereza debajo de las grietas: un amante acorazado con silencios adornados a la usanza de miradas tiernas y la lentitud de esta muerte en vida que no cesa. (Foto del huerto bonsái del amigo Scherzo)