Una reacción violenta del otro puede dasarmar al uno hasta el punto de tornarlo inútil por un instante.
Esto conduce a la conclusión inevitable de la fragilidad del uno, esa cosa transitoria tantas veces reinventada a imagen y semejanza del deseo del otro que el uno quiere atrapar pero que siempre se le escapa.
Entonces la respuesta puede convertirse en garrote hecho palabras malas.
Hablo de un cantazo en plena nuca lanzado con el rabo del ojo, que se arma de valor para la batalla campal, pero que pronto regresa vulnerable a su condición de base de pestaña chamuscada.
Insisto en que la culpa la tiene esa manía de pintarse el área lineal que separa la carne moribunda de la vista futurista ilusa con un lápiz orgánico.
Al fin y al cabo, resulta que el rímel, madero entintado de la vanidad, después de los jadeos espasmódicos del encontronazo semiapocalíptico, es ahora el acusado.
Así es que se evade la responsabilidad personal de la culpa que -como ha dicho el cursi poeta uruguayo Mario Benedetti- siempre es del uno cuando no enamora.
Vendrán entonces las razgaduras de velos, los mea culpas, y -según recomiendan los psicólogos new age con complejo de predicadores evangélicos- pues irán llegando poco a poco los fáciles perdones.
Hay gente que no es así, eso me consta.
Esos otros, según la taxonomía de la Escuela de Tijuna son como cactus, flores del desierto que sobreviven sin agua; sólo con gotas de sal reducidas a moléculas envidiosas de escarcha.
Esos, como hincan por predeterminación vocacional terrible y errada, están hincados, se sabe, más no doblan rodillas por miedo a desbocarse.
Han jurado permanecer estoicos ante el descalabro y simulan no marearse aunque tienen el oído enfermo de Parkinson, señor de las tinieblas sanjuaneras y el desbalance.
No hay sermón que logre curarlos de paternalismo, generalizado a través de las agujas envenenadas. Tienen algo de sidosos en remisión hospitalizados en el Centro de Latinoamericano de Enfermedades de Transmisión Sexual (CLETS), con sede en Puerto Nuevo.
Están ahí puestos para hincar sustancias extraídas con agujas infectadas con el virus aquella mañana para que nadie pueda usarlos como banquillo eclesiástico donde poder hincarse.
Hoy es jueves eucarístico-carismático.
Hubo un llamado no respaldado a la exhibición procesional del Santísimo Sacramento Consagrado. ¿Qué pasó?, ¿cuál fue el resultado? No me es lícito revelar mis fuentes periodísticas en este momento de tribulación, pero sí les puedo brindar mi apreciación de los hechos ahora cuestionados.
Esta es la pena de muerte de la comunicación pepto bismol rosado (gracias por la imagen al pseudohomofóbico escritor CJ García). Un collar de perros extraviado de su portador y con chapa mutilada donde no puede leerse el nombre del can ni las señas de su amo.
Esta vez el dueño desespera, el perdido es él: su mascota está disfrutando de lo lindo haciendo la pasarela de la calle. "Hay más perras realengas. Qué pendejo, yo que era puta también antes de ser operadora telegáfica, y de todo eso renegaba", dice en un ladrido imperceptible el muy malvado.