“Bordeó el corazón la razón con unos besos de ron y miel”, cantó la española Bebe encapsulada en un Toyota Eco blanco con aire flamenco, motivo suficiente para no arrepentirse de nada antes de cruzarse la frente con ceniza de palma chamuscada, excepto de las miles de veces que no bebí (pegar la boca en la fuente dicen los chamacos de la Escuela Intermedia Juan Ponce de León en Juan Domingo de Guaynabo) de sus bembas chulas por miedo al contagio de la vilarcia, enfermedad de la vaca loca del siglo XIX que liquidó a Vicente Carrasquillo, abuelo rumiante de la locura y malas trampas contra extraterresteres instaladas con carnadas de criptonita disimulada entre los helechos gigantes del monte de Yuquiyú, colindancia inscrita en el Registro de la Propiedad hacia el barrio bosque tropical de mi infancia. Tampoco se pide perdón en febrero por la crisis que aturde al ser después de saltar las fogatas de la Candelaria. Mucho menos por las horas perdidas observando la descomposición de la carne en las neveras de supermercado los viernes de Cuaresma. “No hard feelings” relacionados con el complejo ortopédico de enderezar meniscos quebrados. Al carajo la culpa que cincela la mediocridad estándar, la imposibilidad de saltar en jet ski turbo los anillos de Neptuno para llegar al epicentro de la feliz clase social protegida veinticuatro siete por pastores alemanes. Nada de eso, la marca gris que pinta los corazones asesinados de los hijos de Aureliano, el general garciamarquezco, pasa a ser símbolo de la ceremonia sempiterna de acostarse sin lavarse los dientes de leche y permitir que el mal aliento del demonio susurre sueños negros: “Esta noche, cabroncito, pongo en ley de quiebras la venta de tu alma”. Todo a la vez, Lucifer “revolvió su calor con su voz”, según las profecías de Bebe, y el resultado le sirvió como guión de película irlandesa protagonizada por Elijah Woood y Edward Burns, con mafia y persecusión sangrienta, porque, al final, cuando el cura de Saint Patrick’s Cathedral en Manhattan los puso en fila para que salieran de la iglesia extenuados por el tufo a carnaval, o el mismo bacanal carioca versión boricua cruzado con concierto en Hato Rey de Duran Duran, el gángster supremo, Cristo vestido como Subcomandante ojos verdes de fatiga, empuñando güevos metralleta, les recibía con las heridas del pecho; el látigo de su absoluto desprecio moralizante y postmundano. Pasen penitentes, un año jubilar con Papa moribundo. 2005, 365 días de lavatorios del alma con orín de serafines. Paso, señores, porque no soy digno de entrar en ese rancho anti-Marlboro donde van al matadero por igual los vaqueros musculosos y los cuernos nacarados de los toros. Por más invasiones de terreno como aquéllas la Mayra Santos le prende una vela a Adolfina Villanueva. Cuando allá se pase lista, no voy a las bodas del Cordero, Damian, pero al menos desde acá me hinco en tu recuerdo elemental e imploro: “Apocalypse Now, please. Ohhhh my Gooooodness, ¡qué jodido estoy yo y que asco me da el mundo!”.
“Because I do not hope to turn again
Because I do not hope
Because I do not hope to turn"
-T.S. Eliot, Ash Wednesday (Fragment)