Oración a San Miguel Arcángel y maldición de Tut contra el mal de ojo de un hacker

San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio.

Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino podera Satanás y a los otros espíritus malignosque andan dispersos por el mundopara la perdición de las almas.
Amén.

Maldición eterna del Rey Tut al Príncipe de los Hackers:
 
Que se te doble el tobillo,
que te salgan barros en la nariz,
que te perforen los intestinos las lombrices
que pierdas la memoria de tu hogar
que no puedas controlar el pis
que se te trabe la lengua,
ángel caído que vienes aquí;
tú mismo,
hacker infeliz

 

Un hacker y par de nerdos en la Biblioteca General José M. Lázaro

Una vez hackearon la memoria de la máquina que lleva los libros del departamento de adquisiciones de la Biblioteca José M. Lázaro a las salitas correspondientes.

Cuando una entra al depósito, para llegar hasta el cubículo del paciente funcionario encargado de los Préstamos Internacionales, se da cuenta del desastre.

El esqueleto de la máquina está allí expuesto a merced del proceso de oxidación que hace tiempo carcome los metales.

Sin embargo, el roto traspasa los seis pisos del edificio enfermo y se han organizado visitas guiadas para que los estudiantes de arquitectura observen el varillaje que sobresale del cemento.

Los de Naturales dicen que la culpa de todo la tuvo un indio Cherokee farsante, un demiurgo presentao devorador de papeles de periódico.

Los juristas señalan en opiniones supremas que se trata de un foro público mutilado, que debe ser reconfigurado reimpresión digital para que continúe la subsunción real capitalista.

Todo es mentira, dicen las nerdas sirenas a cuatro ojos, la máquina de la Lázaro no patinaba, no la hackearon na y nosotras seguiremos humillando a los nativos ignorantes; distribuyendo La Atalaya casa por casa.

Habrá que agradecerles el jalón de orejas, la implantación del chip Dol-Rigor con desperfectos a los maestros UPR, y declararse jodidodiplomadoautodidacta.

Una foto de la Biblioteca General de la Universidad de Puerto Rico puede ayudar a la desorientación del ojo vizco: http://upracd.upr.clu.edu:9090/fotos/lazaro.jpg

Chica pinta entraña enchaquetada

Claudette City, Balcón del Mar. -Pasé la página y me topé con una entraña musculosa dibujada, un acto de amor que me regalaba de un brochazo la pintora.

Decirlo hoy, ya todo es política y reproches, así que banal se queda; bien museo conmemorativo de memoria.

Otro intento: Quizo que fuera vegetal carnívoro, como las flores espinosas.

Me lo confesó, y luché contra su fanatismo parcializado hacia marcianos, que son carne de rosas y raíces de cordero; un mejunje de plomo con madera y tintes esperanza.

Pero desde que salió por tv, en vivo y a todo color, emitida desde el Monumento al Jíbaro con Pantojas y Osvaldo Ríos, Chona, La Puerca Asesina, tengo perdida esa apuesta de atrasada.

¿Cúando se hizo tan difícil reconocer la belleza que despide la portada, su pintura, el poder decírcelo sin hipotecarnos el futuro profesional de ambas?

Por último: Pana, ¿cuánto cuesta una cosa de ésas, por ejemplo, ésa que tienes exhibida ahí. Esa misma entraña enchaquetada?

"Las llamo ‘entrañas’ pues intento hacer metáforas orgánico-sensoriales a través de las formas dibujadas, las cuales hacen referencia a formas un poco viscerales pero también encontradas en otros ejemplos de cosas vivas, como la botánica. Son un tipo de anotación de sensaciones a través de estas formas orgánicas", dice para una revista local la chica que pinta entraña enchaquetada.

El salmón y la corriente, otra cosa

San Juan, Puerto Rico. -Me aclara una amiga del alma que lo que pasó fue que nosotros nos quedamos solos.

(Puede parecer una cursilería retro hacia el gran tema de la S., y lo es).

Entonces, que cuando todos los demás regresaron de allá afuera, pues que ya nuestro lenguaje íntimo excluyente aquí estaba.

Fofé dice que
una cosa es ser salmón
y nadar es otra cosa.

Remix de la buena yerba (versión a cuatro manos con j.a. bonilla)

Cuentan que se reunieron encima de la mitad de un platillo volador, justo por la que se ve la rendija de la luna nueva. Era en la capital, protegida por San Juan y arropada por la Niebla? Encendían sus paladares secos con el resultado del amor a la yerba buena, y celebraban. Cantaba el grupo de reggae boricuo-internacional, Cultura Profética. Pero cuando eso se escuchó a lo lejos, cuando el platillo aterrizó,…

 

 

…entonces tocamos la Tierra, la palpamos bien, y nos dimos cuenta que no protegía un carajo, que desde acá la luna realmente no apetece y que es bien difícil que se pueda comer con melao, que está, por lo general, cubierta de cemento y que los oasis verdes que se ven desde acá parecen spa virtuales proyectados en la pantalla gris de la imaginación de la imaginación de la imaginación, ese eco que desaparece, caminamos un poquito y sentimos los arañazos de la brea hurgándonos la piel, escarbando las rendijas que la Historia había cubierto, vimos bien lejos el platillo, esa aureola dorada por la que había salido el dedo de Dios, y nos dimos cuenta que el oxono había abierto un hueco por donde perdimos ese resplandor ovalado por donde descendimos, subimos algunas montañas y poco a poco fuimos perdiendo la respiración, nos fue agobiando la distancia y vimos con nostalgia aquel valle en tinieblas, de espesa niebla y densificada seducción, que nos llamaba desde lo hondo del abismo, doblegamos al monte y acampamos en laderas inagotables para no tener que vivir demasiado en la ciudad, para no tener que necesitarla más de lo necesario y para así poder construir pequeñas fortificaciones que nos alejaran y protegieran de las sombras que bajaban de la montaña, o de las emanaciones putrefactas de esa Tierra que tal vez no palpamos muy bien, llegamos al fin de un camino sucio y pedregoso, cubierto de cadáveres picoteados por los buitres, castigados por un sol inclemente, diezmados, pero todavía unidos y fuertes, a una isla desierta y moribunda que al menos podíamos llamar hogar… en el centro remoto de una playa solitaria vimos una caverna encendida, un enorme hueco que disparaba sombras en el amanercer y las proyectaba sobre nosotros, que impávidos avanzábamos hacia la fuente. Una vez dentro de la cueva vimos un pequeño altar de velas y a un niño llorando a los pies de su madre muerta. (j.a. bonilla)

 

*Foto del flamingo arrebatado en el Viejo San Juan de Mara Pastor.

La buena yerba de Cultura Profética

Cuentan que se reunieron encima de la mitad de un platillo volador, justo por la que se ve la rendija de la luna nueva. Era en la capital, protegida por San Juan y arropada por la Niebla?

 

Encendían sus paladares secos con el resultado del amor a la yerba buena, y celebraban.

Cantaba el grupo de reggae boricuo-internacional, Cultura Profética. Pero cuando eso se escuchó a lo lejos, cuando el platillo aterrizó,…

El rímel tiene la culpa de los pugilatos o apreciación new age de las mierdas de la vida

Una reacción violenta del otro puede dasarmar al uno hasta el punto de tornarlo inútil por un instante.

Esto conduce a la conclusión inevitable de la fragilidad del uno, esa cosa transitoria tantas veces reinventada a imagen y semejanza del deseo del otro que el uno quiere atrapar pero que siempre se le escapa.

Entonces la respuesta puede convertirse en garrote hecho palabras malas.

Hablo de un cantazo en plena nuca lanzado con el rabo del ojo, que se arma de valor para la batalla campal, pero que pronto regresa vulnerable a su condición de base de pestaña chamuscada.

Insisto en que la culpa la tiene esa manía de pintarse el área lineal que separa la carne moribunda de la vista futurista ilusa con un lápiz orgánico.

Al fin y al cabo, resulta que el rímel, madero entintado de la vanidad, después de los jadeos espasmódicos del encontronazo semiapocalíptico, es ahora el acusado.

Así es que se evade la responsabilidad personal de la culpa que -como ha dicho el cursi poeta uruguayo Mario Benedetti- siempre es del uno cuando no enamora.

Vendrán entonces las razgaduras de velos, los mea culpas, y -según recomiendan los psicólogos new age con complejo de predicadores evangélicos- pues irán llegando poco a poco los fáciles perdones.

Hay gente que no es así, eso me consta.

Esos otros, según la taxonomía de la Escuela de Tijuna son como cactus, flores del desierto que sobreviven sin agua; sólo con gotas de sal reducidas a moléculas envidiosas de escarcha.

Esos, como hincan por predeterminación vocacional terrible y errada, están hincados, se sabe, más no doblan rodillas por miedo a desbocarse.

Han jurado permanecer estoicos ante el descalabro y simulan no marearse aunque tienen el oído enfermo de Parkinson, señor de las tinieblas sanjuaneras y el desbalance.

No hay sermón que logre curarlos de paternalismo, generalizado a través de las agujas envenenadas. Tienen algo de sidosos en remisión hospitalizados en el Centro de Latinoamericano de Enfermedades de Transmisión Sexual (CLETS), con sede en Puerto Nuevo.

Están ahí puestos para hincar sustancias extraídas con agujas infectadas con el virus aquella mañana para que nadie pueda usarlos como banquillo eclesiástico donde poder hincarse.

Hoy es jueves eucarístico-carismático.

Hubo un llamado no respaldado a la exhibición procesional del Santísimo Sacramento Consagrado. ¿Qué pasó?, ¿cuál fue el resultado? No me es lícito revelar mis fuentes periodísticas en este momento de tribulación, pero sí les puedo brindar mi apreciación de los hechos ahora cuestionados.

Esta es la pena de muerte de la comunicación pepto bismol rosado (gracias por la imagen al pseudohomofóbico escritor CJ García). Un collar de perros extraviado de su portador y con chapa mutilada donde no puede leerse el nombre del can ni las señas de su amo.

Esta vez el dueño desespera, el perdido es él: su mascota está disfrutando de lo lindo haciendo la pasarela de la calle. "Hay más perras realengas. Qué pendejo, yo que era puta también antes de ser operadora telegáfica, y de todo eso renegaba", dice en un ladrido imperceptible el muy malvado.

Compensaciones y gravámenes para cancelar los días quince

Podría ser el diario de un fumador que pesa 200 libras, que ya no siente la diferencia entre sus pulmomes y la panza que lo domina; una criatura de Dr. Weigth Loss Center a quien las grasas monosodio glutamate del Star Cream China Restaurant se le confunden con bocanadas de nicotina amarilla-entintada. También, como todo está nublado, puede ser la libreta de apuntes de una estudiante de derecho romano; una air head blondelegally blonde– que repite como el papagallo todo lo que han dicho anteriormente los profesores tratadistas catalanes. Sin embargo, me temo que mi investigación apunta a que se trata de un macharrán peludo con ganas de desahogar chorros de semen contenidos sobre la página una vez sale de los portales de porno gratuito (www.sublimedirectory.com) sin causa próxima a su desaire. Pero, como hasta mi despacho en el edificio Darligton Río Piedras, donde atiendo sólo asuntos de consultoría tecnocientífica con especialidad en microrrepujadoras, sólo llega una corazonada mal latida, pues rectifico: es el cuaderno -tengo a mi disposición morbosa el cuaderno- de un nenito lindo. Ante mí desfilan ciertas hojas garabateadas con el rico sudor de un zurdo de cinco piez diez pulgadas, mirada seductora y ojos de salamandra, que me hostigan suavemente con el propósito perverso de desencajarme hasta el fondo vacío de la negrura trasnochada. El nenito no sabe expresar dolor, su voz destila libretos dulces autografiados con besos rojos Elizabeth Arden en el margen del expediente posesorio que me alcanza a nivel contacto lujuria tercer tipo para ver si firmo, tropiezo con su axila y caigo. El nenito, repito, perrea. Debajo del mahón DKNY aguardan las sorpresas, que se dejan para la exhibición postmedianoche en la hora cumbre de la apoteosis de la disco. Le crece, se hincha, se pone tabla al ritmo de Don Omar, divo negro con gorra blanca, que invade la pista de Eros The Club cada miércoles que soy tuyo transmutado en lírica metralleta en el instante en que le piden los demás que lo rodean un certero dame duro / con cuidado / pero no me des más na, / que me duele la popola… Versión vulgata a parte, al nenito zurdo le da con mostrar tatuaje en brazo izquierdo, lamer mollero con mollero, meterse cuatro palos de cantazo, sacarse un grito; un tírate al medio, cabroncito con espejuelos de pasta, ahora, que está bueno ya de tanto rebuleo. Aún así, convencido de la contundente erección que me provoca su recuerdo, me late que estoy equivocado. A veces pienso que nada de eso llegó a concretizarse, que realmente choqué con la correspondencia íntima de una matrona enchaquetada. Cheka: empleada pública, Mamushka, una excelente oficial jurídico del Tribunal de Última Instancia, secretaria glorificada. Esa sí que fue una colisión arrolladora, un traspaso de licencias en el Departamento de Obras Públicas, algo húmedo (como el Santo Sudario de Torino) que se colocó entre ella, yo y el manojo de nervios azules contenidos en letra cursiva, bien ordenada hacia arriba y hacia abajo, que -mientras tanto, al fondo del precipicio de una mestruación entrecortada y fuera de calendario- esperaba el reconocimiento del jefe de la sección de inspecciones automovilísticas y el cheque del día quince en un sobre manila petite con leyenda remitente que leía: En caso de pérdida, favor de devolver a Mala y Pico, mejor conocida en los pasillos de Minillas y los antros sanjuaneros como Ambigua Desquiciada. (Ilustración de Luis Miguel Valdés)

Credo latino custodiado por San Miguel Arcángel

Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium. Et in unum Dominum Iesum Christum, Filium Dei unigenitum et ex Patre natum ante omnia saecula. Deum de Deo, Lumen de lumine, Deum verum de Deo vero. Genitum, non factum, consubstantialem Patri, per quem omnia facta sunt. Credo in unum Deum, Patrem omnipotentem, factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium.

Crónica de una tarde de sushi en NY

YOUR TABLE IS READY
by JOHN KENNEY
The New Yorker
Shouts & Murmurs
http://www.newyorker.com/shouts/content/

You do not seize control at Masa. You surrender it. You pay to be putty. And you pay dearly. . . . Lunch or dinner for two can easily exceed $1,000.
—From the Times’ review of Masa, a sushi restaurant that was given four stars.

Am I very rich? Since you ask, I will tell you. Yes, I am. I happen to be one of the more successful freelance poets in New York. The point being, I eat where I like. And I like sushi. As does my wife, Babette.

Unfortunately, we were running late. This worried me. I had been trying to get a reservation at Masa since 1987, seventeen years before it opened, as I knew that one of the prerequisites of dining there was a knowledge of the future. I also knew of the restaurant’s strict “on-time” policy. Babette and I arrived exactly one minute and twenty-four seconds late. We know this because of the Swiss Atomic clock that diners see upon arrival at Masa.

The maître d’ did not look happy. And so we were asked, in Japanese, to remove our clothes, in separate dressing cabins, and don simple white robes with Japanese writing on the back that, we soon found out, translated as “We were late. We didn’t respect the time of others.” Babette’s feet were bound. I was forced to wear shoes that were two sizes too small. The point being, tardiness is not accepted at Masa. (Nor, frankly, should it be.)

The headwaiter then greeted us by slapping me in the face and telling Babette that she looked heavy, also in Japanese. (No English is spoken in the restaurant. Translators are available for hire for three hundred and twenty-five dollars per hour. We opted for one.)

And so it was that Babette, Aki, and I were led to our table, one of only seven in the restaurant, two of which are always reserved—one for former Canadian Prime Minister Pierre Trudeau, who died five years ago, and the other for the actress and singer Claudine Longet, who accidentally shot and killed her boyfriend, the skier Spider Sabich, in 1976.

There are no windows in Masa. The light is soft, and, except for the tinkling of a miniature waterfall and the piped-in sound of an airplane losing altitude at a rapid rate, the place is silent. We sat on hemp pillows, as chairs cost extra and we were not offered any, owing to our tardiness.

Thirty-five minutes later, we met our wait staff: nine people, including two Buddhist monks, whose job it is to supervise your meal, realign your chakras, and, if you wish, teach you to play the oboe. Introductions and small talk—as translated by Aki (which, we later learned, means “Autumn”)—lasted twenty minutes. I was then slapped again, though I’m not sure why.

Before any food can be ordered at Masa, one is required to choose from an extensive water menu (there is no tap water at the restaurant). With Aki’s help, we selected an exceptional bottle of high-sodium Polish sparkling water known for its subtle magnesium aftertaste (a taste I admit to missing completely). Henna tattoos were then applied to the bases of our spines. Mine depicted a donkey, Babette’s a dwarf with unusually large genitals.

Then it was time to order—or to be told what we were having, as there is no menu. Babette and I had been looking forward to trying an inside-out California roll and perhaps some yellowtail. Not so this night. I was brought the white-rice appetizer and Babette was brought nothing. Aki said this was not uncommon, and then told us a story about his brother, Akihiko (“Bright Boy”), who has, from the sound of it, a rather successful motor-home business outside Kyoto.

I noticed another guest a few tables away being forced to do pushups while the wait staff critiqued his wife’s outfit. Aki saw me looking at them and translated the words on the back of their robes: “We were twenty minutes late. We are bad.”

It was then that our entrées arrived and we realized why this restaurant is so special. Before us were bay scallops, yellow clams, red clams, and exotic needlefish, all lightly dusted with crushed purple shiso leaves. Unfortunately, none of these dishes was for us. They were for the wait staff, who enjoyed them with great gusto while standing beside our table. They nodded and smiled, telling us, through Aki, how good it all tasted. Aki told us that this was very common at fine Japanese restaurants and urged us to be on time in the future, even though he said we would never be allowed on the premises again. He then gave us a brochure for a motor home. Babette and I were strongly advised to order more water.

For dessert, I ordered nothing, as I was offered nothing. Babette was given a whole fatty red tuna wrapped in seaweed, served atop a bowl of crushed ice and garnished with a sign reading, “Happy Anniversary, Barbara” (sic).

Our bill came to eight hundred and thirty-nine dollars. Aki said we were lucky to get out for so little and then begged us to take him with us when we left. We caught a cab and got three seats at the bar at Union Square Café.