Llegar al apartamento; estar malo

Soñó con el cementerio de furgones que se ve desde la avenida Kennedy, pero vivos, unos dinosaurios en hojalata llenos de mortadella y jamonilla para los comedores escolares de los colegios del sur. Tenían las puertas de hierro llenas de moho y contra sus cuatro paredes metálicas retumbaban las chicharras de los barcos de la bahía. No podía despertar, aunque trataba, porque el caracol gigante que estaba estacionado en el Parque Central lo perseguía. Cosa extraña, pero se percató de que en San Juan, una cosa así era perfectamente posible: le habían salido antenitas de vinil y patas de pesuña. De momento, vualá, un puente de brea, una patrulla de autopistas que lo detiene y el guardia desnudo de la YMCA que lo multa. Todo le parece excesivo. Protesta, pero la nave recolectora de basuras lo atropella en plena vía, que de buenas a primeras deja de ser hija del bitumul: ahora es puerca y con complejo de marítima.

Este relato nació de una imagen bestial de un cuento porno-punko-ci-fi de David Caleb, titulado Intangible y publicado en la revista El sótano 00931: "Llego al apartamento. estoy malo".

Atravesando la Kennedy a diario para llegar a la casa de uno, ¿de qué otra forma se puede estar?

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